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Mis enfermeras
Me escaparé una noche
Pero ni el tiempo dirá nada del sol ni de la nada

MIS ENFERMERAS

Ellas son muy señoras,
jóvenes como vírgenes vestales,
son un nido de auroras.
Con Dios entre cristales,
me han curado los bienes y los males.

Con alas mensajeras,
encendidas volaron a sus manos
las heridas enteras.
Entre ritos paganos,
beben sangre también los cirujanos.

Por eso me estrechaban,
me curaban a coro con decoro,
y no sé dónde estaban
ni tampoco lo ignoro.
Del mal de las palabras no mejoro.

Que cuando el mal penetra
en la vagina de la asignatura,
muere al pie de la letra,
y no tiene figura,
entonces la metáfora es segura.

De ninguna manera
puede saber mi sangre a dónde iba,
ni de puertas afuera
vivir a la deriva
con todas las palabras que yo escriba.

Las enfermeras cuentan,
son las ramas del árbol del abismo
y todas me alimentan.
Paciente de mí mismo,
me ponen en la lengua un aforismo.

Tal vez, si me muriera,
puedo morir sin empezar la vida,
morir sin que yo quiera,
como si se me olvida.
¿Sigo en el hospital como un suicida?

Con ellas me confío,
todas las enfermeras son señoras,
el mal del verbo es mío
cuando escribo a deshoras.
Son de todo mi cuerpo profesoras.

Yo les hablo y les miento,
que donde no se ve está la herida.
Me traen el alimento
junto a mi sangre hervida,
que no sé por qué está tan escondida.

Mi cuerpo está en la inopia,
pobremente desnudo y sin ideas.
Sufre la gastroscopia,
suda las diarreas,
se le ponen las lágrimas muy feas.

Y ellas me encuentran hombre,
me alimentan, me duermen, me maduran,
me llaman por mi nombre.
Y después me suturan,
en todas mis heridas se conjuran.

Ni siquiera las riño
por esos bondadosos devaneos.
Se creen que soy un niño,
que aprendo balbuceos,
ven mis pies en rosados pataleos.

Que doy palmas palmitas,
que me divierto con mi sangre hablada,
que juego a las casitas.
La muerte está asustada
entre tanta ternura equivocada.

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ME ESCAPARÉ UNA NOCHE

Dios vivía en San Justo,
cerca del Cristo de la Calavera.
Vivía muy a gusto
como siempre, a la espera.
Y solo todo el tiempo que quisiera.

Le hacíamos un corro
todos los toledanos escondidos.
Rechazaba el socorro
de los desconocidos,
comía con los brazos extendidos.

Mandaba con la vista
y gobernaba el tiempo con paciencia.
Era muy optimista.
Confiaba en la ciencia
para huir de la cruz sin experiencia.

Y en la plaza del Seco,
Cristo puso después una oficina.
En Grecia estaba el Greco
y el pecado en la esquina.
Por el anacronismo se camina.

Un día, de repente,
Dios se fue de la cruz y dejó todo,
y se llevó a la gente,
y perdió su acomodo.
Yo me quisiera ir del mismo modo.

Que Toledo me aprieta,
pasa de novedades y apostillas.
Pero el Cristo me inquieta
y tengo pesadillas:
Me escaparé una noche en zapatillas.

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PERO NI EL TIEMPO DIRÁ NADA DEL SOL NI DE LA NADA

Sol a medio cocer, sol verriondo,
del que toda la tierra está comiendo.
Ese sol que en la vida está cociendo
nunca ha sido dorado ni redondo.

Y Dios como un secreto, allí, en el fondo,
frente a este mundo etcétera y berrendo,
se sale de su órbita riendo,
sonríe como trágico y cachondo.

Que un mundo casi a medias o acogido
al abismo del sol, he descubierto,
he descubierto un sol medio cocido.

Será en miles de años o habrá muerto,
porque siempre dudé de lo leído
en los libros sagrados, y era cierto.

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