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V

V

La calle de los Bécquer tiene sabor
de nombre de hortaliza.
Tiene sabor a fresco de paladar de aljibe.
La calle de los Bécquer es un poema oscuro
en la sed
de Toledo. Es
un paso a nivel donde ya se han perdido
los más firmes
niveles.
Pero trenes que vienen de todas las estrellas
pasan, como las luces,
derramando silencio
sin ser vistos por nadie.

- Mira esta calle, sabio florentino,
desparrama tus ojos por esta fe siniestra,
por esta corcovada caricia de los muertos,
de los que no supiste tú nunca antes de ahora...
Y esta calle es tan nuestra
como para sabernos
cómplices de su pena. O quizá para hacernos humanos
transeúntes de muertos más distantes.
Aquí está el mar
andando también por esta ola
que se sube a la frente de todo lo noctámbulo,
que dedica nocturnos al pecado y la vida
y que acaricia al paso todo lo deseable.
Esta estrechez es mía
en esta calle vuestra, penitentes
siglos desparramados,
más bien envejecidos en paredes
o pechos carcomidos.
Esta estrechez es mía
y no la siento apenas.

- Maestro, alejémonos ya de su sabor de antes.
Sigamos caminando.
Los dos somos el tiempo un minuto parado
en nuestras manos juntas.
La calle de los Bécquer es una voz posible,
o posible invención de lo desconocido.
Esta estrechez es mía. La estrechez que se guarda,
sumisa,
en una mano
y luego se transporta a donde el alma quiere.

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