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Ya que estamos, mujer, en el otoño

YA QUE ESTAMOS, MUJER, EN EL OTOÑO

Contemplación

Tú eres, mujer, un árbol.
Se caen de ti los hombres, los espejos.
Mi corazón te lleva entre los árboles,
con una soga al cuello.
Hoy se mecen contigo
los silbos de las hojas, los aullidos del viento.
Tú eres, mujer, otoño:
hoja en blanco, en amarillo, en negro.
Mujer enarbolada,
otoñalmente madre del recuerdo:
tú eres, mujer, simiente antigua,
nuevo celo;
una continuación
del verano en el tiempo.
El hombre va a tu lado,
en la misma estación. O, quizá lejos
de las palabras que son años,
o los abrazos, que son ecos.
El otoño ha traído a nuestras manos
algo que nos caliente en el invierno.
Al fin, mujer, en ti es igual -otoño-
que en el bosque o jardín o en el paseo.
No son las arboledas las que pierden las hojas,
son nuestros propios dedos.
Como son cosa nuestra,
las pisamos, y oímos nuestro peso
estremecerse en músicas pisadas,
en lluvias chirriantes en el suelo.

Deseo

Tú eres, mujer, la miel de la colmena;
son de azúcar las cañas de tus huesos.
Tú eres mujer total,
música adentro,
amor, reino del seno de tu vientre
y de tus senos.
Los senos que amamantan
a los hijos futuros del invierno.

Lloran todos los árboles. Y hablan
con palabras que llegan a no serlo.
Es otoño en tus ojos,
primavera a lo lejos,
fruta supermadura, leche pura,
plenamente alimento.
Eres, mujer, Diana del otoño en el campo,
y en la ciudad campana tocada por el fuego.
Si fuera otoño cada día
del año por la vida o por el sueño,
te aseguro, mujer,
que el pasado sería más duradero.

La verdad se da cita otoñalmente
en los mismos espejos.
¡Ay, perfume del bosque, qué amarillo
me pones el olfato y el recuerdo!
Tú eres, mujer, un ángel todavía
del otoño perfecto.
Ya que estamos, mujer, en el otoño,
yo debo verte en él. Y en él te reto
a que nos despojemos de la ropa
de hojas de tanto tiempo.
Que se queden los árboles desnudos,
desnuda tú conmigo, a lo inocente, a lo pequeño.

Los trenes que perdimos

Otoño es la razón que pone el hombre
al pecho.
Y es alegría, sin embargo,
en los caminos y en las carreteras, en los mares y puertos.
Tú eres, mujer, la causa
de este presente puro, amarillento.
Amanecer en el otoño
es darse preso
y darse prisa
hacia lo razonablemente viejo.
Tú, mujer o paloma mensajera,
comprende que el otoño es sólo un juego
para todos los hombres y los árboles,
para las hojas muertas o mensajeros muertos.

Donde el otoño ha puesto el alma,
tú, mujer, escondiste tu misterio.
Todo el mundo conoce las canciones
y los cuentos
humanos del otoño.
Pero tú y yo, mujer, los escribimos y leemos
paseando del brazo todavía
por la sombra paciente de la plaza del pueblo.

Ya que estamos, mujer, en el otoño,
debajo de los árboles, perplejos,
recordemos los trenes que perdimos
tan velozmente ciegos.
Recordemos al tren que, al fin, nos trajo,
y el tiempo en el estribo allá a lo lejos.
Y esta estación de otoño abra la puerta
de la sala de espera de tu pecho.
Que eres, mujer, otoño
siempre nuevo.

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