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Los poetólogos

LOS POETÓLOGOS

(A Kathy Olson)

Los hay de caramelo,
se chupan y relamen de lirismo.
Son líricos en celo
que comen de lo mismo,
enturbiando las aguas del bautismo.

Se lo creen muy a ciegas,
con un libro de más se envalentonan
y a Dios le ponen pegas,
y luego se coronan.
En sus tronos las sombras se amontonan.

Están en celo lírico,
expelen por la voz babas y espuma.
En pleno gozo empírico
su parto se consuma
y un pedo de Minerva lo perfuma.

Ya en obscena experiencia,
listos para abortar en primavera
el libro de la ciencia,
de la misma manera
que abortan mamarubio y mamariera.

Las dos la misma cosa
muy cavernera, como en las cavernas.
Por lo menos dudosa.
No saben, ni son tiernas,
dónde tienen el culo ni las piernas.

Los otros son más sabios
y amontonan los nombres a lo tonto.
No se pintan los labios
al menos por lo pronto,
aunque con ellas nunca los confronto.

Quizás un tal Domingo
o un Ricardo perdiendo por su peso,
como jugando al bingo.
Que se pierde por eso,
por falta de pudor o por exceso.

Son las malas costumbres,
sus muchas artimañas engreídas,
o por las servidumbres
y faltas cometidas
con obras eminentes mal leídas.

Aclaremos los puntos
y abriguemos en paz las excepciones
leyendo todos juntos.
Tomemos las lecciones,
leamos nuestras propias convicciones.

Luego a Blecua y Lapesa,
o alguno más del mundo bien criado,
como si se confiesa
con confesor honrado,
estrictamente hablando sin pecado.

¡Qué tropa, señor conde!
Romanones indulta a la Academia,
como le corresponde.
Esto es una epidemia,
todos cojos en sana polisemia.

Lo demás es dinero
y alguna cosa más de poesía.
La ignorancia primero,
con la ramplonería,
son profesoras de filosofía.

Pero lo justifico,
no se puede aprender con la palabra
ni con Francisco Rico,
sin que un abracadabra
cierre a la vez el libro que se abra.

Sin que se cure luego
la enfermedad de la literatura,
sin que prendamos fuego
a toda criatura
que nace mal nacido y no madura.

Y ahí estamos todos,
con algunos muriéndose de susto,
de muy distintos modos.
Masturbándose el busto
se ponen epilépticos de gusto.

Pero para la Historia
escrita honradamente y por ventura,
tened en la memoria,
con toda su lectura,
a la fosa común de asignatura.

Porque la nada sobra,
y el antólogo cuenta alegremente
los pasos mientras obra.
Y la vida lo siente,
que es una señorita muy caliente.

Hay un sudor sombrío
alrededor de las antologías.
Pero dentro hace frío
y hay cárceles sombrías,
paredes de papel y cosas mías.

Doy gracias al antólogo
porque aventa mi nombre como al humo
y me arranca un monólogo,
un libro de consumo,
y a punto de escribirlo lo perfumo.

Si de verdad supieran
quién es y cómo es la Poesía,
tal vez se arrepintieran
y el poeta huiría
de todas esas cosas que decía.

Me sobrecoge el tema,
que es como hablar de nada y como irse
muriendo en el poema
y del mundo salirse,
que tampoco hay poema sin morirse.

O parece que estorba
como el mundo en su punto de destino,
con su mirada torva,
de poeta asesino,
amenazando a Dios a lo divino.

Y con sus ambiciones
o sus figuraciones de poeta,
y que no dé empujones
ni en la cama se meta
con el libro de versos en porreta.

O que viva al contrario,
en un ático solo y sin camisa,
igual que un legionario
ya sin ninguna prisa,
vencido por el sol y por la risa.

Que viva como el pan
o que viva del verso o que se muera
porque no se lo dan.
Que estorbe en primavera
y en la más celestial sala de espera.

Lo mismo que el antólogo,
de perentoriedad y compromiso,
igual que este monólogo,
y sólo lo preciso.
Ya inventó el bien y el mal y como quiso.

Los dos a paso lento,
sufriendo lo más puro cada día
de todo sufrimiento.
Yo muero de alegría
y baila con mis pies la Poesía.

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