Hoy no quiero escribir más de nosotros,
pero parece que nos adivinan.
Hay quienes, al callar, lo llaman suerte
y yo buena costumbre.
Poesía, si a ti no te preocupa nos callamos,
y esperamos un siglo a ver qué pasa.
¿Qué te parece un silencio de muerto?
Ya sabes que a nosotros no nos entiende nadie,
no entiende que seamos seres multicolores,
hasta en el mar, los peces.
Igual seremos flores lo mismo que alacranes
todos al mismo tiempo,
en un espacio mínimo como en el fondo de un átomo.
O una chispa en la lumbre,
o una lámpara ardiendo en el cuarto creciente.
Hasta podríamos ser seres del mismo vientre
de una madre infinita
pariendo a todas luces.
O una vagina intacta más tierna e invisible
que la nada, esa cosa tan simple de que habla todo el mundo.
Tengo la voz helada.
Ya, cuando en mi retórica me pierdo,
me preocupo por nada.
Todo el amor de acuerdo,
los labios quieren dar y me los muerdo.
Tú eres un astro enfermo que vomita
en la sien de la tierra. El pensamiento
es una flor extraterrestre, un cuento
que se desgarra en cada letra escrita.
Tú, sirena de alarma que me invita
a creer en palabras que hacen viento,
tartamudo infinito en movimiento
sobre la carne viva e infinita.
Son tus penas ovejas invencibles,
casi hermanas del odio, donde balan
los ríos como sabios.
(Una rana meditaba en un charco desde su boca húmeda)
Pienso al compás de todos los relojes
y las manos del agua me acompañan,
aunque es la primera vez
que comparto el pensamiento
con alguna abstracción.
Porque la idea se busca en las palabras
para darse a la luz
desde el conocimiento de la noche.
Y las palabras se cambian por ideas
hasta no parecerse.
Al comenzar el mundo
alguien tuvo que darle el beneplácito.
Jamás lo llamó nadie.
¿Por qué habrían de llamar a tal desconocido?
Después lo presentaron de balcón a balcón
como deshabitado.
Más tarde, aparecieron los desastres.
Y, al final, los poetas.
Pero antes de conocerle ya no quedaba nada
de lo que estoy contando.
No sabemos el nombre de lo que haya quedado
en la gran lejanía,
ni si alguna palabra vivirá por sí sola
hoy en alguna parte.
De lo que estoy segura
es de haberme perdido
en el camino oculto de esta última sílaba,
pero que siento mío
lo andado desandado sin salir.
Y que nadie me niegue
la edad que tiene el mundo,
que es igual a la mía,
la misma edad, la edad que yo he vivido,
no quiero saber más.
Terminando el relato,
me pareció que el agua aún se movía,
pero el poeta ya no estaba.